martes, 25 de agosto de 2015

 
Leer para crecer
En esta época es común ver por las calles de la ciudad apuradas y precavidas madres cargadas de inmensas bolsas plásticas que contienen esos olores tan particulares y distintivos del mundo estudiantil. Una mezcla única de los aromas que despiden la madera de los lápices, el pegamento de barra y los potecitos de témpera, toda ella bajo la fragancia de fondo del odioso pero necesario papel contacto. En muchas de esas bolsas reposará algún reluciente libro de ejercicios de matemáticas, cuadernos y blocks de dibujo. Al fondo, tropezando entre puntiagudos compases y escuadras, habrá tal vez un libro, una novela tímidamente sugerida por un profesor de literatura.
Lo cierto del caso es que esas bolsas reposarán en algún rincón del hogar hasta que se avecine el comienzo del año escolar. Días antes a esa fecha, todo el equilibro propio del descanso quedará irremediablemente fracturado por las abundantes diligencias que rodean esos preparativo. Entonces los olores volverán, ya más dispersos, cuando se vacíen las bolsas olvidadas y se ordenen en la mesa todos los útiles previamente adquiridos. Comenzará así el apilamiento del material y volverá a la luz del día aquella novela aplastada al fondo.
Con el inicio del año, rodeado de esos materiales vírgenes, sin manchas de creyón ni virutas de lápices, el alumno subirá un nuevo escalón en su proceso de enseñanza. Lo inundarán de instrucción técnica y de métodos para resolver complejos teoremas. Asuntos indispensables para su vida profesional y, sobre todo, para su discernimiento vocacional.
Por otro lado, la formación humana, que no conoce de vacaciones ni de treguas y que depende de la familia de cada quien, tendrá un refuerzo, más o menos tenue, en el aula del colegio. En eso consistirá el nuevo año escolar.
Relegado

En esa formación propia del hogar, que comprende a grandes rasgos lo concerniente a la fe, a los valores y a los hábitos, encontramos al usualmente relegado hábito de la lectura. Aquella novela incluida en la gran bolsa de útiles no servirá de nada, no dejará huella alguna, no transformará a nadie, si el alumno no cuenta con un espíritu habituado a la reflexión y a la lectura. Dicho hábito debe provenir forzosamente del hogar. Pareciera ser muy importante el tiempo invertido en Internet, la televisión, el videojuego y el deporte, arrinconando el silencio y la lectura a un espacio minúsculo, a veces inexistente, dentro de los quehaceres familiares. Mientras no surjan en la familia momentos de estímulo a favor de la lectura, seremos una sociedad que cada vez reflexione menos sobre sí misma, lo cual nos transporta a un viaje sin rumbo.
La frase de Schopenhauer: "leer es pensar con la cabeza de otro en lugar de con la propia", devela el poder de la palabra escrita.
Los libros nos conducen a paisajes fantásticos, a situaciones imprevistas y únicas, a realidades sorprendentes que habitan en esa íntima relación que se construye entre lo escrito y nuestra imaginación. No existen mundos fijos en la lectura. Cada quien, de acuerdo a su propia conciencia, a sus vivencias previas, a su particular forma de ver el mundo, entroniza en su ser descripciones y pensamientos de forma individual e irrepetible.
Habrá coincidencias, ciertamente, entre lo escrito y lo asumido, pero una parte importante de la lectura la pondrá siempre el lector. Es ese el tesoro que la familia debe mostrar a los más pequeños de la casa. Si la lectura es un hábito familiar, si hay ejemplos en el hogar que muestren la riqueza de la lectura, entonces será natural la compañía de un libro en la vida de cada individuo y la consecuencia lógica será el crecimiento del espíritu, del vocabulario, del mundo de cada quien.


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